Machismo en el lenguaje

Si se supone que uno es machista al usar el lenguaje, como quieren dictaminar algunos ignorantes de la materia impulsados más por motivos políticos que puramente lingüísticos, se dará de bruces al comprobar que la lógica de la realidad y la lógica del lenguaje no corresponden a los mismos parámetros, que operan en direcciones y dimensiones ajenas, distintas, lejanas.

Si uno es machista por decir todos en vez de todos y todas, deberíamos decir que del mismo modo todos somos creyentes o cristianos cuando, al caérsenos un plato que se rompe, decimos: ¡Ay, Dios! Vástagos de un imperio dominado desde siempre por la religión y el cristianismo, es normal que nuestro lenguaje esté plagado de expresiones que hagan mención a todo esto, sin significar esto que por ello nosotros practiquemos dicha fe.

En cualquier caso, este no es más que un ejemplo para verificar la idiotez que supone confundir realidad con lenguaje, del todo inútil incluso antes de decir todo lo anterior, puesto que se imponen otros motivos lingüísticos fundamentales, tales como la cohesión, la economía, la belleza, rotos en cualquier caso siempre que acudamos a esa estéril innovación política de desdoblar el género en cada frase que usemos para, supuestamente, igualar a hombres y mujeres en un mismo estadio en la sociedad.

Del mismo modo, recordando la frase que una profesora nos soltó una vez en clase de Introducción a la Literatura: «¡La mesa no tiene coño!», que bien ejemplifica, a mi parecer, la diferencia exacta entre realidad-lenguaje que tanta confusión ha causado y sigue causando hoy día. Nadie diría que mesa puede ser meso, porque es un objeto y mesa solo una palabra: así que tiene género gramatical femenino.

Al igual que la palabra coño y polla. Se supone que son las dos palabras que más designan eso con lo que uno se identifica: su sexo. ¿Cómo podrían explicar esos mentecatos del lenguaje, entonces, que coño tiene género gramatical masculino y polla femenino? La conclusión es clara: que la lógica de la realidad o apofántica y la lógica del lenguaje o semántica no deberían jamás mezclarse, porque son independientes la una de la otra, aunque en el uso tengan que conectarse como todo el mundo obviamente comprende, ya que de esto depende nuestra comprensión del mundo.

M. Carme Junyent, en unas jornadas de lingüística realizadas en marzo del 2010 en la universidad Filosofía y Letras de Cádiz, dijo: «Quien no sabe nada de las lenguas extranjeras no sabe nada de la propia» (en honor a una frase de Goethe), y comentó respecto a este tema, con mucho acierto, que este problema está fuera de lugar en el momento que acudimos a los procedimientos de otras lenguas y nos topamos con que cada lengua tiene sus muy distintos funcionamientos y no tiene sentido seguir mezclando sexo y género (con independencia de aquellas lenguas en las que se usen morfemas para designar un sexo u otro, como el árabe).

Así, tenemos lenguas como la nuestra que han absorbido el neutro al masculino, por evolución del latín, y otras en las que se ha absorbido puramente a lo contrario, al femenino. O sea, que cuando aquí decimos Todos los niños, nos entendemos perfectamente englobando en esa estructura ambos sexos: macho y hembra, y del mismo modo en otras lenguas se dirá eso en femenino y todos sus oyentes entenderán exactamente lo mismo que nosotros.

Si nos damos cuenta de qué pasa en otras lenguas, nos damos cuenta de que estamos discutiendo algo superfluo que se ignora en otras lenguas. En suajili hay una raíz para persona y otra para cosa; también, si un hombre se casa, el verbo está en activa y si se casa una mujer, el verbo queda en pasiva. Además, el hombre y la mujer son una misma forma en otras lenguas donde estas no tienen género, como en el caso del inglés por poner el más cercano.

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Dios no existe

Cuando decimos «Dios no existe» en realidad estamos contemplando algo real, no estamos insultando ninguna religión, no estamos intentando invalidar la fe ni ningún otro tipo de razonamiento, sea lógico o espiritual. Decimos eso desde nuestra perspectiva de lingüista: conocemos el lenguaje, y como tal podemos afirmar que Dios no existe.

Existe la palabra, el concepto «Dios», ¿pero qué designa esto? El gran problema siempre estuvo en su designación, ni siquiera en su significado.

El significado de la palabra Dios en español puede encontrarlo cualquiera al dirigir sus manos hacia el diccionario de la Real Academia Española, que es el que sigue en sus dos acepciones: «Ser supremo que en las religiones monoteístas es considerado hacedor del universo» y «Deidad a que dan o han dado culto las diversas religiones». Por curiosidad acudo al diccionario de la lengua francesa: Le Trésor de la Langue Française, y me encuentro con lo que sigue: « La divinité comme entité relig. ».

Queda claro que vivimos en una sociedad impregnada de una huella histórica cristiana altamente presente, como casi todo Occidente, porque somos hijos de nuestro tiempo pero también de lo que algún día fuimos. Así, el lenguaje está lleno de expresiones tales como «con Dios» o «anda con Dios» (para despedirse), «Jesús» (cuando alguien estornuda), «que cada uno cargue con su cruz» (para expresar los problemas de cada individuo), «Dios mío» o simplemente «¡Dios!» (para mostrar sorpresa)…

¿Qué quiere decir eso? Que debemos aceptar que hemos construido nuestra sociedad dentro de la religión cristiana, que somos hijos de ella. Eso no quiere decir que se tengan que seguir sus dogmas o hablar su idioma, al igual que nadie nos obliga a quedarnos a vivir donde nacemos. Con esto, podemos afirmar que, la mayoría de las veces, cuando alguien (en Occidente) te pregunta si crees en Dios, en realidad está pidiéndote que le confirmes si eres o no cristiano. Hay otros pocos casos en los que un sujeto simplemente te pregunta si crees en Dios como deidad general, sin que importe la religión.

Jodorowsky piensa que las religiones son un veneno porque acaban limitando al ser que sigue sus caminos, dice que «si pones un nombre a Dios te estás apropiando de él», y es exactamente eso lo que hacen las entidades religiosas: se le llama Señor (cristianismo), Trimurti (hinduismo), Alá (islamismo), Yahveh (judaísmo). Empresas que nombran a su Dios para luego tener una comunidad de fieles que se entreguen a ella. En realidad eso es lo que hace siempre el lenguaje, apropiarse de las cosas: cuando nombras algo estás, en cierto modo, matándolo. Pasa a ser un concepto pero eso no llega a ser real, no podemos nombrar o expresar la realidad, sólo acercarnos. El lenguaje es nuestro límite, como dice Wittgenstein, y en esa estamos siempre: limitando el mundo con palabras para poder entendernos entre nosotros.

Una vez hemos aclarado el significado de la palabra Dios, volvemos al origen de la cuestión, que me parece más interesante. ¿A quién o a qué designa el concepto «Dios»? No puede designar a nadie, porque no conocemos a nadie que pueda ser ese Dios. Respecto a la «cosa» que sí podría designar, no la conocemos: por tanto no existe. Esa entidad religiosa que gobierna el mundo o el universo no ha dado muestras empíricas de existir. Esto quiere decir que lo único que nos puede acercar a creer en algo de esto es el concepto «fe». Volvemos al diccionario y encontramos, entre muchas, las siguientes acepciones: «En la religión católica, primera de las tres virtudes teologales, asentimiento a la revelación de Dios, propuesta por la Iglesia»; «Conjunto de creencias de una religión»; y «Conjunto de creencias de alguien, de un grupo o de una multitud de personas».

La fe es entonces el único puente para acceder al conocimiento de ese Dios, puente que se basa únicamente en la ignorancia ciega hacia algo que no se conoce. Es por eso por lo que para mí significa lo mismo «eternidad», «universo», «amor» o «dios». Todos son conceptos abstractos, que intentan designar algo incognoscible; uno cree en el universo aunque jamás llegue a conocer sus límites, extensión…; uno cree en el amor o lo siente, pero no sabe lo que es (no, no insista: muchos lo intentaron durante décadas y ahí estamos, todavía); uno puede pensar en la eternidad y perderse sin llegar a ninguna respuesta porque no la conoce (somos seres finitos y caducos); y uno puede pensar en dios o tener fe en que existe sin haberlo jamás conocido o tener pruebas para ello (no, querido, la Biblia no es una prueba fehaciente).

Por eso más de una vez escuchamos que la gente dice cosas como «el amor no existe», o «Dios no existe». No es que se basen en la negación de todo, que sean pesimistas o ateos, simplemente asumen su condición de ignorantes y se posicionan desde el lado realista: no conocemos esas cosas, son palabras que designan algo que no podemos saber si existe. Por eso «Dios no existe», porque no es más que una palabra, tal vez un concepto necesario para no sentirnos presos en esta cárcel que podría ser el mundo, para poder pensar que, tras pasar por todos los horrores de esta vida, la ilusión nos aliente a no sabernos solos y creer en que hay algo más a parte de lo que somos, un ente que no podemos conocer. Eso da fuerzas, o debería darlas, por eso dicen que la fe o el amor mueven montañas, el mundo.

Yo creo en todas esas cosas, pero las asumo a una sola: Universo. Yo creo en el Universo. Sé que no podemos comprender el setenta por ciento de las cosas que nos ocurren a diario; no son cosas comprensibles mediante la razón ni visibles ante los ojos: son algo más. A las que sólo podemos aspirar a conocer a través de algo más profundo, eso que algunos llamaron «alma». Yo me he enamorado, me he sentido en comunión con lo eterno y soy consciente de que todo eso, incognoscible e inexpresable, forma parte de mí y del mundo. Por acotar, le pongo un nombre: Universo. Yo creo en el conocimiento y creo en el universo. Eso es todo.

Si me preguntan si creo en Dios, digo que no creo. Si me preguntan que existe, digo que no existe. Si me preguntan si creo en el Señor, digo que no creo: es sólo un producto. Para mí «Dios» es una palabra con una designación que desconozco. ¿Entonces para qué usar esta palabra?. No necesito entrar en esa mentira conceptual para sentirme menos solo. Creo que tenemos bastantes cosas ya en la vida a las que agarrarnos para no sentirnos solos. El amor, la eternidad, y el Universo, esas sí son cosas que he vivido y vivo, a las cuales me lanzo sin cesar y en las que uno puede tener fe incondicional, verdades que pueden ayudarle a vivir, a crecer. En ellas creo, en ellas incluso puedo decir que existo.

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Controladores aéreos y la opinión pública

Capitalismo criminal

Después de la que se ha armado en este país no voy a ser yo quien venga a decir las cosas que ya han dicho muchos otros. Desde aquí mi más sincero apoyo a esas víctimas del sistema y, en general, de la opinión pública española, cateta, desinformada y contagiosa, que no solo son esos ciudadanos que se han quedado sin su viaje para el puente, tirados en los aeropuertos, sino los que el gobierno ha decidido tomar como cabezas de turco para limpiar su digna imagen sin mancharse un solo botón de la camisa: los controladores aéreos. Si la gente se informase un poquito más y supiera las condiciones de explotación, criminales e incluso ilegales que el supuesto «capitalismo democrático» les ha impuesto a través del Ministerio de Fomento y este gobierno santo nuestro, no ladraría la cantidad de barbaridades que uno puede oír ahora por la calle, en la televisión o en los periódicos.

Perder las vacaciones es una putada, pero el problema no está en la base de esta injusticia, sino en un problema mucho más grave, de fondo, que ahora ha terminado por estallar de este modo, como tendría que haber sucedido hace tiempo. La bola de nieve no ha ido más que haciéndose grande, hasta que se resquebrajó contra un árbol. Hace mucho frío y a nadie le gusta congelarse hasta la extenuación. Si uno indaga en el origen de toda esta catástrofe del sistema se dará cuenta de que los verdaderos culpables no son esos a los que fácilmente se les ha señalado con el dedo. Se dará cuenta, además, de que son ellos las verdaderas víctimas. Los demás, todos esos que conforman ahora la opinión pública –que también tienen su derecho a quejarse, por supuesto–, solo son daños colaterales de un gobierno y un sistema manipulador y extorsionista. Tanto, claro, como para llegar a estar en Estado de Alarma por primera vez en la historia de la «democracia» española.

Para acabar, me gustaría dejarles con una reflexión, otra vez, de mi adorado Oscar Wilde, sobre ese invento victoriano que, en realidad, podemos asociar a cualquier sociedad idiotizada.

Inglaterra ha hecho algo: ha inventado y establecido la opinión pública, que es un intento de organizar la ignorancia de la sociedad y de elevarla a la categoría de fuerza física. Pero la sabiduría siempre ha estado escondida. El espíritu inglés, considerado como instrumento del pensamiento, es tosco y deficiente. Lo único que puede purificarlo es el desarrollo del instinto crítico.

(Oscar Wilde: La importancia de discutirlo todo, Madrid, Rey Lear, 2010, p. 84.)

Para ahondar más en las cuestiones del asunto, las que pueden conducir a una reflexión tan obvia como esta, sigan los siguientes enlaces. Que pasen un magnífico puente.

«A ver si nos entendemos», de Cristina Antón, controladora aérea.

«No controles», de Pianista en un Burdel, guionista.

«¿Quién controla al controlador?», de Pilar Hidalgo, una ciudadana.

«Controladores; luces y sombras», de Ender Wiggins, otro ciudadano.

«Viva la revolución controlada», de Michel, otro ciudadano.

«¿Quién echó el pulso a quién?», de Teresa Royo, otra ciudadana.

«Españolada», de Abrelatas, otro ciudadano.

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Vida y arte, Sinde y Dragó: nada nuevo bajo el sol de ayer y de hoy

La ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, ha respondido a Sánchez Dragó que «la literatura no es coartada» en referencia a la polémica levantada por el escritor tras afirmar en el libro Dios los cría…, que mantuvo relaciones sexuales con dos «zorritas» japonesas de 13 años , aunque luego matizó que se trataba sólo de «ficción».
Para González- Sinde «las obligaciones y valores de un escritor no son distintas de las de cualquier otro miembro de la sociedad. El oficio de literato no es un eximente para quienes, con sus palabras, por muy hábilmente que estén ordenadas, ofenden, desprecian, se saltan las reglas de convivencia y pisotean, peligrosamente, valores como la igualdad o la no discriminación».

El país, Madrid, <30 de octubre del 2010>.

[…] comprender que la esfera del arte y la esfera de la ética son completamente distintas e independientes. Cuando se confunden regresa el caos. Hoy se confunden con demasiada frecuencia en Inglaterra, y aunque nuestros modernos puritanos no pueden destruir un objeto bello, con su prurito desmedido casi llegan a mancillar la belleza temporalmente. Esas personas, lamento decirlo, se expresan a través del periodismo. Lo lamento porque es mucho lo que puede decirse en favor del periodismo moderno. Al ofrecernos las opiniones de los que carecen de educación, nos acerca a la ignorancia de la sociedad. Al detallar la crónica de los sucesos de la vida contemporánea, nos muestra la ínfima importancia que en realidad tienen estos sucesos. Al empeñarse en discutir lo innecesario, nos hace comprender lo que es imprescindible para la cultura y lo que no lo es […]. La ciencia está fuera del alcance de la moral, puesto que su mirada está puesta en cosas bellas e inmortales y en continua transformación. A la moral corresponden las esferas inferiores y menos intelectuales. De todos modos, pasemos por alto a esos puritanos que se desgañitan; tienen su lado cómico. ¿Quién puede contener la risa cuando un periodista de medio pelo propone seriamente limitar los temas y contenidos a disposición del artista? Más valdría poner algún límite, y confío en que no tarde en hacerse, sobre algunos de nuestros periódicos y nuestros periodistas. Porque nos presentan los hechos descarnados, sórdidos y repugnantes de la vida. Refieren, con degradante avidez, los pecados de segundo rango, y con la conciencia del iletrado nos ofrecen exactos y prosaicos detalles de los actos de personas que carecen del más mínimo interés. Pero el artista, que acepta los hechos de la vida y sin embargo los transforma en figuras de belleza, en vehículos de compasión o de terror, que muestra su elemento cromático y su prodigio, y también su verdadera trascendencia ética, y a partir de ellos construye un mundo más real que la propia realidad, de un sentido elevado y más noble, ¿quién puede ponerle límites? No los apóstoles de ese nuevo periodismo que no es sino la antigua vulgaridad acentuada. Ni los apóstoles de ese nuevo puritanismo que no es sino el lamento de los hipócritas, tan mal escrito como hablado. El mero hecho de sugerirlo es ridículo.

WILDE, Oscar: La importancia de discutirlo todo (1890), Madrid, Rey Lear, 2010, pp. 63-65.

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La imaginación

Durante la mayor parte del tiempo no tenemos idea de lo que puede ser la imaginación, no concebimos siquiera la amplitud de sus registros. Porque, aparte de la imaginación intelectual, existe la imaginación sentimental, la imaginación sexual, la imaginación corporal, la imaginación económica, la imaginación mística, la imaginación científica… La imaginación actúa en todos los terrenos, incluidos los que consideramos «racionales». En todas partes tiene su lugar. Importa, pues, desarrollarla para abordar la realidad, no a partir de una perspectiva única, sino desde múltiples ángulos. Normalmente, visualizamos todo según el estrecho paradigma de nuestras creencias y condicionamientos. De la realidad, misteriosa, tan vasta e imprevisible no percibimos más que lo que se filtra a través de nuestro minúsculo punto de vista. La imaginación activa es la clave de una visión amplia, permite enfocar la vida desde puntos de vista que no son los nuestros, pensar y sentir a partir de diferentes ángulos. Ésa es la verdadera libertad: ser capaz de salir de uno mismo, atravesar los límites de nuestro pequeño mundo individual para abrirse al universo.

JODOROWSKY, Alejandro: Psicomagia, Siruela, Barcelona, 2009, pp. 198-199.

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