Martin (Hache) o la explicación del desarraigo
La experiencia del desarraigo no tiene que venir necesariamente del exilio, a veces comienza en tu propia casa. Esto es lo que le ocurre a Hache en las sucesivas desgracias de las que se compone su joven vida: la figura de un padre ausente, una madre egoísta y un mundo circundante al que no siente que pueda pertenecer. La cantidad de filosofía que desprende cada diálogo de esta película se la debemos a la magia de Adolfo Aristarain y a los fabulosos personajes que aparecen desperdigados dentro del cuadro: ahí están aquellas famosas y contundentes frases sobre la cópula de las mentes y la importancia de la inteligencia, las reflexiones sobre el invento de la patria y la estupidez de la nostalgia. La vida pasa ante una cámara de vídeo y el mensaje de un hijo, fantástico papel de un jovencísimo Juan Diego Botto, que se despide de su amado padre, a pesar de las ausencias, de la infancia o el futuro robados, de la terrible sensación de existir en una dimensión donde uno se siente ajeno a todo y a todos. Martin (Hache) habla de lo que es la vida, al fin, del camino que solo se hace andando. Irónico como debe serlo el arte, que es otra cosa a la vida, el propio Federico Luppi, que dentro del filme encarna a un padre que recupera el amor a su hijo, nunca reconoció en vida la existencia de aquel que sí lo fue en las páginas de su propia biografía. Sin embargo, la moral es otra cosa, esta película sentencia todavía lo efímero y lo inconsistente que somos todos nosotros, lo importante que se hace atravesar la insignificancia sobre la que escribió en sus novelas Kundera, en fin, de saltar siempre sin miedo a lo que venga y hacia el vacío.
Escrito en: Balas cinéfilas, Esteticismo Etiquetas: adolfo aristarain, desarraigo, exilio, federico luppi, juan diego botto, kundera, martin, martin (hache)
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