La literatura y la mentira
La literatura no puede ser analizada desde un punto de vista moral sino estético. Me equivoco: puede ser analizada desde ambos puntos de vista, pero el primero transgrede la primera ley que rige el arte: la mentira de la ficción. Se puede valorar el mensaje de un libro o una película, por supuesto, porque la ficción es otro puente y puede, y muchas veces debe, servirnos para ahondar en nuestra propia realidad, para convencernos o no de algo, para darnos cuenta o no de algo, para hablar sobre un tema. Eso es una cosa, lo que hacemos con el mensaje de la obra de arte. Pero otra es lo que es en sí la obra de arte. La obra de arte no es más que una mentira estética. Puede ser bella o no. Puede gustarte o no, pero no puede ser valorada como amoral o machista, por ejemplo. Se podría hablar de que el mensaje que nos transmite la obra lo es, pero no la obra en sí, porque la obra puede jugar con todo eso y más precisamente para que luego nosotros pensemos. La obra es neutra, corresponde a otro espacio que está más allá de la moral, de la ética, de la Tierra y del mundo que gobernamos. Que adores Hamlet no significa que te guste que un hombre se vuelva loco, la emprenda contra todo el mundo y se dedique a matar gente; que adores Romeo y Julieta no significa que te guste que los amantes, ante la imposibilidad de su amor, se mueran o se suiciden. Te puede enamorar un pasaje de El guardián entre el centeno, en el que la soledad de su protagonista se ve reflejada en su apatía por el mundo que le rodea, por la belleza o la eficiencia con la que describe ese sentimiento, quizá porque identificas eso con algo que alguna vez pasó dentro de ti mismo, pero eso no significa que pienses que ese sentimiento sea agradable o siquiera que te guste. El capítulo te puede parecer hermoso, pero sentir eso en la realidad pertenece a un mundo distinto y no puede clasificarse desde un mismo punto de vista.
La empatía juega en el papel de las emociones y la belleza, y no nos garantiza que seamos fieles al mensaje que pregonamos y que, en la dimensión ficticia, nos ha conseguido enamorar. Por tanto, censurar ficciones por su contenido ético me parece una imprudencia: por supuesto. Pensar que por leer un libro en el que aparece una violación, en el que hay sexo con menores, asesinatos o drogas, somos menos puros que otras personas, resulta ser un acto de desconocimiento, ignorancia e imprudencia. Si entras en el Museo del Prado, en Madrid, verás en la galería de Goya un cuadro en el que Saturno aparece de manera sádica devorando a su hijo. ¿Deberíamos eliminar ese cuadro por ser un alegato al infanticidio? Es una pregunta que más de uno debería hacerse antes de emitir ciertos juicios. Resolver todo este complejo entramado de niveles que operan entre la ficción y la realidad para darse cuenta de si lo que en un principio dicen, yendo directamente al terreno de lo empírico, les sigue pareciendo igualmente adecuado. En caso de que así sea, yo al menos no tengo mucho más que decir para esas personas. Ellos están a un lado y yo estoy en el otro; seguramente ellos siguen anclados en el de la realidad y yo en el de la ficción. De cualquier modo debería sentirme halagado porque me están permitiendo el derecho de que los mate sin temer ir a la cárcel, aunque sería una emoción bastante mezquina como para albergarla en mi mente. Dejémoslo en otro juego más, en una broma sin importancia.
Escrito en: Esteticismo Etiquetas: el guardián entre el centeno, goya, hamlet, la literatura, la mentira, literatura y ética, literatura y moral, literatura y sociedad, museo del prado, realidad y ficción, romeo y julieta
6 comentarios »
6 comentarios en “La literatura y la mentira”
Area de discusión
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.
- Responsable: Julián Sancha
- Fin del tratamiento: Controlar el spam, gestión de comentarios
- Legitimación: Tu consentimiento
- Comunicación de los datos: No se comunicarán los datos a terceros salvo por obligación legal.
- Derechos: Acceso, rectificación, portabilidad, olvido.
- Contacto: E-mail.
- Información adicional: Más información en nuestra política de privacidad.
Debes iniciar sesión para comentar.
El arte es, por definición, un acto de representación no fáctico, de acuerdo, ¿pero eso elimina su dimensión moral? En absoluto. No negaré que, en último término, las interpretaciones son las que están condicionadas en visiones morales pero las obras están cargadas ideológicamente. Cuando alguien escribe algo intenta transmitir un hecho y, por ello, está cargada de valores. Las obras sí son morales, amorales o inmorales… dentro del contexto en el que se exhiben.
Pero cuidado, es en ese contexto donde se anda el juego. Si leer al Marqués de Sade es revulsivo es porque ES amoral lo que nos describe; un nihilismo positivo. Y su lectura vendrá condicionada por aquel quien lo lee, ni más ni menos. Que sea una representación y que no tenga una repercusión directa en la realidad, que no sea fáctico, no quiere decir que carezca de valores. Los tiene y muy fuertes.
Leer un libro con actos impuros, en ciertos niveles morales, nos hace menos puros. Pero eso depende del contexto de moralidad del que lee y no de la obra. No confundas moral (un hecho absoluto e impositivo) con ética (una forma de comportamiento elegida)
Y el arte, aunque sí juego, no tiene nada de broma sin importancia.
Hola, Álvaro:
Seguramente me expliqué mal, al menos no todo lo bien que hubiese querido. Porque estamos de acuerdo en una cosa: toda obra de arte, todo texto literario, por ejemplo, contiene un mensaje político o moral. Yo de esto no estaba muy convencido al principio pero me bastaron cuatro meses de clases sobre crítica marxista en la Universidad este curso para aceptarlo. Inconsciente o conscientemente un autor siempre deja huella del contexto sociopolítico en el que vive (mensaje político) y, muchas veces, su propio posicionamiento (mensaje moral). No podemos eliminar la dimensión moral de una obra de arte, ni quería ni quiero. Ahí es donde yo seguramente me expliqué mal. Voy a intentar subsanar en medida de lo posible mi discurso.
Leía un libro de Milan Kundera y hubo una frase que me enamoró, una frase que hablaba sobre el deseo de caer en el ser humano y sobre la resistencia que ofrecemos a ese mismo deseo. Se lo puse a un amigo diciéndole que me parecía un trozo de arte, hermoso. Él me respondió que le parecía horrible. Evidentemente, él no captó desde qué nivel hablaba yo sobre la obra de arte, que no era desde el moral, sino desde el estético (que viene antes, en mi opinión). A él le parecía horrible sentir eso que Milan Kundera describía en la realidad, ¿pero eso hace que el mensaje, el mensaje literario y no moral, sea igualmente horrible? Yo lo pondría en duda. A partir de ahí fue de donde nació mi reflexión. Como podrá ver, es posible que habláramos de dos tipos de moral distintas.
En el intersticio entre la realidad y la ficción, existe una primera catalogación del arte como bello o no bello, que corresponde a cada cual hacer. Ahí es donde yo me había detenido: el mensaje me enamoraba incluso si lo que transmitía, en mi propia realidad, podría alguna vez causarme sufrimiento, congoja… Por eso hablé de Hamlet o Romeo y Julieta, y todo eso me llevó a hablar de la censura en literatura.
En lo que seguramente no estemos de acuerdo es en lo de que leer obras con «actos impuros» nos haga menos puros. Sí estoy de acuerdo en que es, siempre, el receptor el responsable de todo lo que la obra produzca en él. La obra no es más que un medio. El fin es el receptor que traduce lo que la obra expresa del modo en que mejor puede o quiere. Censurar una obra por su contenido inmoral me parece detestable porque, incluso así, ese contenido inmoral es solo para el «juez» que dictamina que debe censurarse, pero ese derecho debería tenerlo cada persona, cada persona debería poder ser juez de lo que quiere ver o no ver, leer o no leer, etc.
Entonces… concluyendo, ¿una obra de arte tiene una dimensión moral? Sí. Pero esa dimensión moral compete a la realidad y no a la ficción. Es decir, en el momento en que traduces todo lo que la obra dice a la realidad, puedes posicionarte. Si te quedas en ese nivel anterior del que hablaba, en el puro ficticio, solamente cabe lo bello o lo feo (quizá esté generalizando demasiado, pero creo que se me entiende). Y ahí es donde surgía mi frase, y ahí es donde surgía este texto.
Espero haberle aclarado algo más, aunque si igualmente seguimos estando en desacuerdo, no será un problema. Será otra broma sin importancia.
Una sonrisa.
Estamos totalmente de acuerdo, ¡no podríamos no estarlo! Simplemente quise poner en claro algunos puntos oscuros que podrían llevar (a mi o a otros) a error. Pero no se preocupe, estamos totalmente de acuerdo.
Un saludo y siga así, su blog es realmente interesante.
Elemental mi querido Jecholls
Umberto Eco dijo que la música era un ornitorrinco, y ciertamente no veo por qué el arte no podría compartir semejante título. El arte mata, cura, nos enamora o nos deja impasibles. En tiempos de nuestros antepasados ‘cavernícolas’ existía, y ni siquiera sabían que era arte. Durante mucho tiempo hubo arte sagrado, luego llegaron los iconoclastas y se lo cargaron todo. El arte se hizo música, la religión se hizo arte. Los pintores holandeses se dieron un baño de arte mientras los italianos se quitaban las vestiduras recordando a los romanos. La literatura también quiso ser arte. El arte enseñó, nos dijo qué hacer y qué no. Sirvió como instrumento moral, sí, pero también como expresión de lo prohibido. El arte se hizo arquitectura, se hizo fotografía, se hizo cine o hasta graffiti. Empezamos a inventarnos nuevos tipos arte y todavía estamos discutiendo qué queremos decir cuando pronunciamos esa capciosa palabra.
¿La solución al debate? Está en nosotros. El arte, y cualquier cosa que pronunciemos o pensemos, existe porque nosotros existimos. Nos acompaña como seña de identidad, a todas parte, aunque no sepamos diferenciar qué es y qué no es arte. No hay nada más artificial que el arte, nada más humano. Lo hemos inventado sin saberlo y hasta hemos querido terminar con él, aunque sin éxito,
Creo que el problema está precisamente en que no hemos sido capaces de definir el arte ¿Una excitación de nuestros sentidos que resulta en sensaciones agradables? No lo creo, hay tanta gente para la que un cuadro de Rubens no dice nada… A mí sin duda lo que más me inquieta de todo esto es el desafío que supone a nuestras ansias ‘categorizadoras’ el no encontrar un límite apropiado para acordonar lo que es arte. Pero hay tanto que no somos capaces de explicar…
«¿Qué es el tiempo? Si nadie me lo pregunta lo sé; pero si tengo que explicárselo a alguien no lo sé»
San Agustín
Moraleja: disfrutemos de nuestra ‘ignorancia’ felizmente mientras tengamos un cuadro delante, un libro entre las manos o estemos en una sala de conciertos…
Álvaro: aclarado y, como ya te dije, encantado de que así sea. Un placer leerte como siempre.
Pedro, tú siempre tan sagaz. Gracias por tu intervención, sin duda era necesaria en un debate como este. La frase de San Agustín se la leí a otra persona hace algún tiempo y me enamoró. Desde entonces la aplico a muchas cosas. Acabo de recordar a quién: a Borges. Borges intentaba explicar lo que era la poesía, entonces dijo esa frase. Él lo decía así, porque ver un atardecer, la poesía o el sabor de un café no son cosas explicables, y sin embargo sabemos que existen. Eso es lo más importante. Sobre todo, saber disfrutar de ello y no quedarse en discusiones vacías, puramente políticas o demagogas, sobre la superficie de las cosas.
Que gusto leerte de nuevo. El contenido moral de una obra de arte como tal no existe, se lo otorgamos cada uno de nosotros. Si alguien prohíbe una obra por su contenido moral, está imponiendo su visión ético-moral al mundo, como si en el mundo comenzara y terminara en su ombligo. Si las obras no fueran neutrales les escupirían a la cara cada vez que tuvieran ocasión. Me recuerda este tema a cierta ministra muy preocupada por los cuentos infantiles. ¡Saludos!